Lo que pasó este fin de semana fue la prueba bien clara de cómo a los trabajadores los siguen viendo como un simple número en la lista, y no como lo que son: personas que día a día le ponen corazón a lo que hacen y que, con su chamba, sostienen a la sociedad. No solo en México, sino en toda la comunidad periodística y entre quienes amamos los festivales, se vivió una verdadera tragedia con la lamentable muerte de Berenice Giles y Miguel Hernández, dos jóvenes periodistas de espectáculos. Pero además de la desgracia, quedó exhibida la tremenda desfachatez de los organizadores del evento, del Estado mexicano, y hasta de los propios medios para los que trabajaban, que bien deberían haber sido los primeros en levantar la voz exigiendo justicia y condiciones dignas para su gente.

 

Pero no, como siempre, el dinero pudo más que la vida de las personas. Una vez más quedó demostrado que les importa más llenar la caja registradora que proteger a los que están en el campo de batalla. Desde este humilde pero bien amarillista rincón, alzamos la voz para condenar esta clase de situaciones y exigimos que se castigue a todos los responsables: desde la bola de burócratas de Protección Civil que no hicieron su chamba, hasta los organizadores del evento que, aunque los reporteros murieron y había gente todavía en riesgo, les valió gorro. Y por supuesto, a los medios, que en vez de apoyar a su equipo, optaron por hacerse de la vista gorda. No vamos a cansarnos de repetirlo: lo que no se dice, no existe.

 

Eso sí, entre tanta desgracia, hay que reconocer la unión que se vio entre la sociedad y el gremio periodístico, que demostró que los buenos seguimos siendo más.

Descansen en paz, Berenice Giles y Miguel Hernández.